miércoles, 17 de junio de 2009

TECNOLOGÍA QUE REVOLUCIONA LA MEDICINA DEL FUTURO

Pulmones y estómagos artificiales, manos biónicas, cirujanos robots en el espacio, sensores que olfatean enfermedades, representaciones digitales de síntomas, son sólo algunas de las innovaciones que la tecnología de este siglo está brindando a la ciencia médica. ¿Cuáles son los últimos desarrollos en órganos artificiales? ¿Cómo serán las cirugías en el futuro? ¿De qué técnicas dispondrán los profesionales de la salud en los años por venir?

Hay compañías que son verdaderas pioneras en tecnología y que emplean lo más nuevo en avances científicos y técnicos para mejorar la calidad de vida en el campo de la salud. Son estas empresas las que día a día trabajan en una sofisticada combinación hombre-máquina para sustituir alguna función del cuerpo y preservar la vida.

Durante años, científicos alrededor del mundo han venido trabajando en la creación de órganos bio-artificiales para reemplazar la función de un órgano enfermo, suplirlo hasta que se realice un trasplante y asimismo procurar el bienestar del paciente. Los órganos comúnmente trasplantados son el corazón, el riñón, el hígado, el pulmón, el intestino, el páncreas y también se transplantan tejidos como válvulas cardíacas, médula ósea, piel, huesos y córneas; siendo los más frecuentes los trasplantes de córneas, riñones e hígado. Si bien mediante esta técnica se puede salvar la vida de personas que de otra manera podrían morir, encontrar el donante y la compatibilidad no son procesos sencillos.

Los problemas principales con cualquier trasplante son en primer lugar encontrar un órgano sano, luego la posibilidad de que se produzca el rechazo al mismo, el consumo de medicamentos inmunosupresores por periodos prolongados que a su vez debilitan la capacidad del cuerpo para luchar contra las infecciones y el costo de la intervención.

Existiendo estos escollos, la ciencia investiga incansablemente para hallar soluciones. Y ya hay alternativas muy innovadoras.


Ejemplo de ello es Optobionics, compañía situada en Illinois cuyo fundador el oftalmólogo Alan Chow, en 1990, empezó a desarrollar la retina artificial para devolver la vista a las personas con problemas de visión, cuando la tecnología biónica era aun considerada ficción. De 30 a 40 millones de personas en el mundo sufren de retinitis pigmentosa o degeneración macular, en las cuales la retina va perdiendo su capacidad de convertir la luz en señales electroquímicas que son transmitidas al centro de la visión en el cerebro. Los afectados, pierden la visión periférica y luego pierden la sensibilidad a la luz. La retina artificial consiste en un chip del tamaño de una cabeza de alfiler que realiza el trabajo de los foto receptores dañados, y, sin ser una cura para la ceguera, recupera la visión funcional. En la actualidad, 10 pacientes ya poseen la retina artificial y no han mostrado rechazo ni inflamación. El desarrollo de Optobionics todavía tiene que ser aprobado por la Federal Drug Administration (FDA) y sus inventores están aún trabajando para mejorar su biocompatibilidad y esperan bajar el costo de la operación que ronda los 2 millones de dólares por intervención.


Otro ejemplo también es el caso de la empresa alemana MnemoScience. La compañía está desarrollando materiales biodegradables que pueden contraerse o expandirse y volver a su forma original cuando son estimulados por calor o electricidad. Es el caso de una fina cinta plástica que una vez dentro del cuerpo puede amoldarse y tomar la forma necesaria para ayudar a sanar huesos, vasos sanguíneos abiertos y cerrar heridas. Por ejemplo frente a una lesión interna difícil de alcanzar, esta cinta podría llegar hasta ella, contraerse y funcionar como una sutura. El director de Mnemo, el ingeniero en biomedicina Andreas Lendlein junto a su fundador el profesor del Massachussets Institute of Technology (MIT) Robert Langer sostienen que incluso el material podría degradarse en un tiempo determinado de acuerdo a las necesidades del paciente. Si bien este producto no es comercializado aún, ha sido probado en animales y quienes lo idearon sostienen que será usado de aquí a dos o tres años en personas.

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